17.7.13



    Me tiraste un limón, y tan amargo
    con una mano cálida, y tan pura,
    que no menoscabó su arquitectura
    y probé su amargura sin embargo.

    Con el golpe amarillo, de un letargo
    dulce pasó a una ansiosa calentura
    mi sangre, que sintió una mordedura
    de una punta de seno duro y largo.

    Pero al mirarte y verte la sonrisa
    que te produjo el limonado hecho,
    a mi voraz malicia tan ajena,

    se me durmió la sangre en la camisa,
    y se volvió el poroso y áureo pecho
    una picuda y deslumbrante pena.


    H.

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