Las palabras del abandono. Las de la amargura.
Yo mismo, sí, yo y
no otro.
Yo las oí. Sonaban como las demás. Daban el mismo sonido.
Las
decían los mismos labios, que hacían el mismo movimiento.
Pero no se las
podía oír igual. Porque significan: las palabras
significan. Ay, si las
palabras fuesen sólo un suave sonido,
y cerrando los ojos se las pudiese
escuchar en el sueño...
Yo las oí. Y su sonido final fue como el de una llave que se cierra.
Como un portazo.
Las oí, y quedé mudo.
Y oí los pasos que se alejaron.
Volví, y me senté.
Silenciosamente cerré la puerta yo mismo.
Sin
ruido. Y me senté. Sin sollozo.
Sereno, mientras la noche empezaba.
La
noche larga. Y apoyé mi cabeza en mi mano.
Y dije...
Pero no dije
nada. Moví mis labios. Suavemente, suavísimamente.
Y dibujé todavía
el
último gesto, ese
que yo ya nunca repetiría.
Aleixandre.
1 comentario:
A veces es mejor no decir nada. Todo queda dicho.
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