16.3.13

Mi cueva es mi nueva cárcel. No hay oro ni piedras preciosas. Nada disfraza nada. Nada se suaviza con palabras dulces o clichés desgastados de tanto pasear por el aire que salía de su boca.

La entrada es apenas un resquicio, como esas ventanas estrechas y alargadas de los castillos, que sólo permiten ver desde dentro y bloquean los ataques enemigos,  no creo recordar bien su nombre.
 

Una vez dentro es grande, es alta, muy alta, puede que entre algo de luz en el punto central, pues caen algunas gotas de manera mecánica, casi hipnótica.

 - Cae ahora una gota.

Un metrónomo que me recuerda que sólo existo.

Por tanto es muy oscura, oquedad gris-casi-negra. Plantas podridas en las paredes de una roca común. Nada de yeso brillante o piedra volcánica. Es mediocre, medio, común, normal.

Horrible.

 - Gota.

Sé que solía haber agua cristalina en el centro, como un pequeño Saint-Léonard donde podrías haber conocido cualquier resquicio y escondite del fondo. Ahora el agua está sucia, nadie sacará nada aprovechable de ella. Como beber lodo, te enfagaría los pulmones. Te haría daño.Te decepcionaría.

Pero es mía. Lodo sobre el que yo mando. Yo destruyo, yo creo.

El precio es ver cómo se ensucia el agua a medida que encuentras una cueva más confortable.

Tal vez más te sea más afín que un agujero de pintura carmesí desgastada.  


 - Cae otra Gota.

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